Ayuntamiento de Épila

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Tradiciones de la Villa de Épila.

El 17 de enero se celebra San Antón con las tradicionales hogueras nocturnas y el 24 de enero, San Babil.

En la celebración de la Semana Santa destaca el Viernes Santo, en el que se rememora ‘El Descendimiento de la Cruz’, el ‘Santo Entierro’, el ‘Lavatorio de las Tres Marías’ y el ‘Sellado del Sepulcro’. Es típico realizar ‘Encierro del Alcalde’ en su domicilio el Jueves y el Viernes Santo, llevando al cuello la llave del Sagrario. Durante esos días no puede salir a la calle.

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El 13 de diciembre, Santa Lucía, la Asociación de Mujeres celebran la onomástica.

El 1 de mayo se celebra la Fiestas de los Mayos. Una tradición en la que participa una ronda jotera que recorre las calles de Épila visitando los domicilios de las mozas que se van a casar en ese año.

Los Carnavales de Épila.

El anonimato está asegurado en la localidad de Épila, donde es tradición que aparezcan los Mascarutas y los Zaputeros. El primer disfraz consiste en una tela que tapa toda la cara y que solo lleva los agujeros de los ojos y la boca, una tradición que se remonta a más de 200 años. Por su parte, los Zaputeros son personajes que llevan sombreros de paja y monos de trabajo y, sobre todo, de nuevo toda la cara tapada.

Aquí el carnaval es una festividad bastante larga. Comienza el Jueves Lardero donde la decoración de balcones, el pasacalles, el tradicional desfile  junto con unas buenas migas, dan el pistoletazo de salida a unos días llenos de diversión donde los diferentes concursos, los bailes, los disfraces tradicionales, los almuerzos y sobre todo la participación de las Mascarutas están más que asegurados.

Los motivos y los objetivos del Carnaval son siempre los mismos. Es una fiesta que algunos investigadores identifican con antiquísimos ritos paganos. Pero, con el paso del tiempo y la consecuente evolución, cambian las prácticas al mismo tiempo que lo hacen los valores o la condición socioeconómica. Las características de las mascarutas de Épila nos conducen al pasado, cuando la práctica de los ritos más arraigados se adaptaba a una concreta posición social con recursos limitados, que obligaba al desarrollo de la imaginación.

El Carnaval supone una oportunidad para saltarse lo establecido, un período de tiempo consagrado a la diversión en el que se permiten ciertas licencias de comportamiento “mal vistas” en la rutina social. Al menos así era cuando se empezó a celebrar, en el tiempo en el que la sociedad estaba impregnada de los más rigoristas valores de las Iglesias cristianas.

De hecho, la ubicación temporal del Carnaval tiene mucho que ver con las más arraigadas costumbres religiosas. El día más destacado de las celebraciones, el llamado “Martes de Carnaval”, es víspera del Miércoles de Ceniza. La Cuaresma marcaba un periodo de contrición y abstinencia en el que, según la tradición, quedaban prohibidas ciertas formas de actuar.

Aunque la sociedad ha cambiado el Carnaval en Aragón sigue celebrándose con fuerza. La gran mayoría de las localidades cuentan con sus programaciones festivas  en las que el disfraz es el elemento sustancial. Convertirse en otra persona o cosa, ocultar la identidad, rompe las reglas y ofrece mayor permisividad.

Entonces, ¿qué es lo que convierte al Carnaval de Épila en uno de los más relevantes de todos los que se celebran en la Comunidad aragonesa?
Posiblemente la razón está en que el Carnaval de Épila mantiene parte de las prácticas que formaban parte de estas celebraciones décadas atrás, cuando conservaban todo su sentido y hacían verdadero honor al significado. Esa singularidad tiene nombre y forma. Se conoce como “mascarutas”. Ni siquiera las imposiciones franquistas, que prohibieron la sátira carnavalesca, lograron evitar que estas figuras aparecieran en las calles de Épila justo antes de la Cuaresma.

Las mascarutas no solo son un elemento definitorio en la actualidad. También actúan como un vestigio de cómo disfrutaban de la fiesta carnavalesca los epilenses y, quizá, el resto de los aragoneses del pasado. Son disfraces, sí, pero su relevancia no está en el propio atavío, sino en el objetivo. En las fiestas de Carnaval de hoy en día el traje busca la sorpresa o la admiración. Se ha convertido en una forma de destacar, incluso sometiéndose a concurso. Las mascarutas de Épila son todo lo contrario. Los elementos que configuran el disfraz no destacan ni pretenden formar un conjunto especialmente atractivo, solo buscan el objetivo del anonimato y de la diversión inherente a la celebración.

Las mascarutas no salen siempre solas. Es habitual verlas en grupos, preparando las también tradicionales murgas. Se trata de coplas que entonan delante de la gente y que pretenden satirizar la vida local, tanto en su faceta pública como en los aspectos más privados. Es un género muy habitual en otras zonas de España, pero un caso único en Aragón.

Es verdad que el carnaval de Épila también ha evolucionado. Las mascarutas ya no son la única forma de participar. Los disfraces modernos, los colores chillones, las referencias a la actualidad se han colado inevitablemente entre lo más tradicional. Tanto que en algunos actos es difícil distinguir a las mascarutas entre todos los ropajes espectaculares.

A las mascarutas se une otro personaje tradicional que suele contemplar los días de carnaval desde el balcón del Ayuntamiento. Se trata de Don Zaputero, un muñeco de paja ataviado con un traje típico que, además, tiene el honor de cerrar las celebraciones. El domingo de piñata, ya en fechas de Cuaresma, Don Zaputero arde para poner punto y final a un Carnaval transgresor que ha adquirido importancia en Aragón como guardián de las esencias.